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Posts Tagged ‘Polonia’

En los debates en torno a la integración europea se han acuñado términos como la «Europa de los mercaderes» o la «Europa social», hoy asistimos al intento de hacer nacer la «Europa de los microestados». Una Europa cada vez integrada, a pesar del Brexit, donde las decisiones se hacen en común, donde hay voluntad de desarrollar una política exterior y de defensa integrada no es del gusto del gran actor geopolítico europeo que está donde nace el sol.

Las independencias de las regiones más ricas tiene enormes ventajas para Rusia. Aumenta el número de actores cada cual con una nueva agenda, con sus peculiaridades y nuevos asuntos que para algo uno es independiente. Se debilitan los Estados actuales. Las sociedades ricas solamente están dispuestas a invertir en su propia riqueza y cosa como el gasto en Defensa está mal visto y es poco pijo-guay, de modo que cada rublo ruso destinado a lo militar, tendrá menos euros para contrarrestarlos. En ese gallinero siempre habrá un Estado o varios dispuestos a ser el abanderado de Rusia porque son tan pequeños y poca cosa que necesitan apoyo externo para sobrevivir.

La hipotética independencia de Cataluña, Euskadi, Saboya, Silesia, Provenza, Bretaña, Córcega, Flandes. Valonia, Lombardía, el Véneto, Baviera, Renania, Escocia, Gales y Moravia (por citar algunos casos) es el sueño de la política exterior europea, que en vez delante a unos futuros Estados Unidos de Europa puede encontrarse con los Microestados de Europa, una cutre reedición en el siglo XXI del Sacro Imperio.

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Uno de los motivos comunes a todos los países que deciden tener o más bien mantener unas fuerzas armadas es la garantía de su integridad territorial. Depende de un conjunto amplio de variables que las fuerzas armadas sean más o menos efectivas en ese objetivo primario que es el mantenimiento de la integridad territorial, pero al menos deben ofrecer alguna dificultad al invasor.

Las fuerzas armadas de Ucrania han visto como las tropas rusas con base en Crimea han apoyado la secesión e incorporación de esta república autónoma a la Federación Rusa con una mezcla de entrega de buques, declaraciones de lealtad a Rusia y tratar de no moverse nada para pasar desapercibidas. Algo que podría comprenderse respecto de las unidades estacionadas en Crimea, pero que es a priori inexplicable respecto del resto de las fuerzas armadas ucranianas.

No han movido un dedo. Nadie ha hecho nada porque todos temen un enfrentamiento contra una potencia militar consistente, con un ejército rearmado con petrodólares, y con un Presidente que no tiene en cuenta las potenciales bajas, ni siquiera entre sus filas, a la hora de tomar decisiones.

Ninguno de ellos ha querido enfrentarse a los rusos y puede que sea la decisión más razonable. Pero que sea la decisión más razonable no elimina la cuestión consecuente: ¿para qué sirven las fuerzas armas ucranianas si no son capaces de ofrecer la mínima resistencia ante un ataque a la integridad territorial? ¿para qué sirven si no ofrecen la mínima disuasión?

La única amenaza real y con posibilidades es la amenaza rusa y todos sabemos lo que han hecho o más bien lo que han hecho. Desde luego no tiene sentido esperar una amenaza ni de Polonía, ni de Eslovaquia, ni de Bielorrusia, ni de Moldavia o de Rumanía.

Ucrania, según los datos publicados por la CIA, emplea el equivalente al 2,77% de su PIB en gastos militares (6144 millones de dólares). Bien podría abolir las fuerzas armadas por absolutamente inútiles e incapaces y dedicar esos dólares a otros menesteres, por lo menos que funcionen.

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La “reductio in Hitlerum” anda camino de convertirse en el elemento explicativo de cualquier crisis internacional con resonancias bélicas que se da con países del primer mundo o medianamente poderosos implicados. Todo lo que sucede es una réplica de los años anteriores a 1939, con su Hitler, su Churchill y su Chamberlain, por supuesto.

Recuerdo cuando la Segunda Guerra del Golfo se hablaba de parar los pies a tiempo a los tiranos y no hacer acuerdos con ellos porque eso solamente nos podía llevar a un mal mayor. Hitler era Sadam, Churchill era el interlocutor que estaba a favor de la guerra (o los estados que se involucraron en ella) y la cruz de ser Chamberlain era para el interlocutor que planteaba objeciones (o para los estados que se opusieron a ella).

Reductio in Hitlerum
Durante la tarde de hoy ha circulado un retuit de la imagen situada sobre este párrafo donde se recurre a lo de siempre, pero con el sabor de poner a Slobodan Milosevic, por si a alguno Hitler le empezaba a caer un poco lejano. Pero no, Putin no es Hitler, ni los ahora gobernantes ucranianos unos angelitos inocentes en manos del nazismo, ni Europa está buscando a su Churchill. Han pasado muchas cosas y la historia no se repite, sobre todo, porque al conocerla modifica ya nuestra percepción. Tampoco Rusia es la Alemania de los años treinta, ni Ucrania es Checoslovaquia o Polonia, ni  Crimera es la ciudad de Danzig.

Evidentemente se buscan patrones, relaciones, causas comunes dentro de las Relaciones Internacionales, pero que todo lo que nos quede de vida y de conflicto internacional sea una mera repetición de lo acontecido desde los Sudetes al 1 de septiembre de 1939 es de una flojera intelectual digna de Wert y sus secuaces.

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El otro día, cuando hacía la simulación del Congreso con 700 diputados, Franesco se preguntaba por qué no 7000 diputados. Aparte de que una cámara de varios de miles es más inoperante que un congreso de un partido, la cuestión es que nuestro número de miembros de la cámara baja, comparado con nuestro entorno de la UE, es muy bajo.

El aumento de la proporcionalidad, según esta hipótesis, tendría como propio un aumento del número de diputados (eliminando el Senado, claro). España se encuentra en el penúltimo puesto en la ratio entre parlamentario de la cámara baja y habitantes.

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Ya he hablado varias veces de las Elecciones Presidenciales de Polonia, para terminar esta serie de entradas lo que me gustaría es dejar la imagen de la distribución geográfica del voto según qué candidato ha vencido en cada ‘provincia’.

Pese a que cualquiera de estas representaciones tiene mucho más detrás, pues las mayorías no son homogéneas, sí reflejan ‘prima facie’ lo que es un electorado dividido no sólo socialmente sino, sobre todo, geográficamente.

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Tras la muerte accidental del Presidente de Polonia, hace unos meses, el pasado domingo se celebraron las elecciones presidenciales que han provocado la desaparición del último bastión del poder ultraconservador en aquel país, que no era otro sino la Presidencia de la República.

Los liberales han vencido en las elecciones y su candidato, Komorowski, será el nuevo jefe del Estado polaco. Esta victoria electoral no sólo tiene las consecuencias normales de un resultado electoral y de un cambio de escenario político que se da cuando el partido en el poder lo pierde. Esta victoria electoral, en medio de una gran abstención, es también la expresión de dos formas de plantear la vida política y social.

Los gemelos Kaczynski, uno de los cuales se presentaba como sucesor de su fallecido hermano, representan una combinación nada saludable de clericalismo, estatalismo y de aislacionismo. Una expresión de una mentalidad y de una ideología que pretendía que Polonia fuera una reeditada ‘reserva espiritual de Occidente’.

El derrotado conservadurismo polaco representa una visión de la realidad donde la sociedad y la política deben de vivir bajo los dictados y la alta dirección del clero católico. Una concepción confesional de la sociedad donde no hay espacio para los que no comparten apreciaciones que si son privadas son fruto de la elección personal, pero que si se convierten en públicas terminan por menoscabar gravemente a la libertad individual.

El conservadurismo polaco busca tener un estado fuerte que sea capaz de tener controlados a los ciudadanos. De hecho el poder de la instituciones públicas se ha reforzado con los gobiernos y la presidencia conservadores, hasta el punto de intentar utilizar los archivos estatales de la época comunista para comenzar una inmensa e interminable ‘caza de brujas’ con la única finalidad de terminar con todos los oponentes políticos.

Finalmente los conservadores han intentado que la permanencia a la Unión Europea no afecte en lo más mínimo a su proyecto. Han dificultado todo lo que han podido el proceso de ratificación y ulterior entrada en vigor del Tratado de Lisboa, han intentado obstaculizar (con la simpatía del ex Presidente Bush) el proceso europeo de toma de decisiones y, con perjuicio hacia el propio país, han renunciado a la mayor parte de los fondos europeos, de manera que los polacos tienen motivos para envidiar hasta a Marruecos por sus carreteras.

La victoria de los liberales no ha sido rotunda, aunque sí con mayoría absoluta, lo cual es lógico tratándose de una segunda vuelta. El país ha quedado política y electoralmente dividido entre un norte y un oeste liberal y europeísta y en un sur y un este conservador y aislacionista.

Pese a que los sondeos eran muy favorables a los liberales, el candidato conservador solamente ha sido derrotado por unos cinco puntos, ya que se ha aprovechado de la ola de simpatía producida tras la muerte de su hermano (que tenía una valoración de únicamente el 20% antes de morir) y por el crucial apoyo de los poderosos medios de comunicación de la Iglesia Católica.

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De no hablar mal de un muerto, hace tiempo que se ha pasado a tener que hablar bien de los fallecidos. No estoy convencido de que sea pertinente no hablar mal de quien obró mal y al que, posiblemente, no se le han podido decir unas cuantas cosas a la cara.

En el plano político cuando muere un líder político, y más si está en ejercicio, todo el mundo reconoce su bondad sin límite y sus universales buenas intenciones. Da la impresión de que si alguien dice algo que se salga de los cantos laudatorios comete una especie de ultraje al fallecido y a revisión de la memoria que se hace en el momento del óbito.

Este fenómeno es conocido y se da en la relación casi necesaria de causa y efecto, de manera que puede ser empleado estratégicamente por quienes desean ser los herederos políticos del finado. Si todos los líderes políticos, independientemente de su opción y posición, se lanza a ingenuos y unánimes panegíricos se legitima no sólo la persona sino también su discurso.

El fallecido presidente polaco, Kaczynski, era un política sumamente impopular en el momento del accidente que le quitó la vida y su sucesor, su hermano gemelo Jaroslaw, ha sabido rentabilizar lo suficiente la histeria dolorosa y laudatoria para estar a punto de vencer al candidato liberal, claro favorito.

Puede doler la muerte de alguien en lo personal, pero eso no lo redime de actuaciones más que dudosos y directamente reprobables. La muerte no convierte en bueno lo que el día anterior era malo y que había que reemplazar urgentemente. Quien, en política, no sabe manejar esos duelos precipitados y las conmociones colectivas puede estar dándole una ventaja política a los sucesores del adversario político.

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¿Visitar Auschwitz?

Los que me seguís por Twitter y Facebook sabéis que he empleado los días libres que tenía esta pasada Semana Santa viajando por Polonia. Cuando llegado al sur del país fuimos a ver Auschwitz. La noche antes nos planteamos la moralidad o la inmoralidad de visitar turísticamente la sede de una de las mayores monstruosidades del ser humano.

Tenía claro que quería ir y sabía que la visita no iba a ser agradable. Hacía años había visitado el campo de Dachau, cerca de Munich, y repentinamente se había apoderado de mí una sensación agobiante y opresiva, lo que en un lenguaje coloquial podríamos denominar “sentir mal rollo”.

Auschwitz representa el sufrimiento humano y la producción industrial y absolutamente inmoral de ese mal. Asumir esas sensaciones es asumir la memoria de lo que sucedió y que, en otros lugares y de otras formas, no ha dejado de suceder a lo largo y ancho de nuestro planeta.

Auschwitz es tierra de la excepcionalidad, es un lugar donde el tiempo tiene que detenerse necesariamente porque supera todo lo que se haya visto o leído. No lo hace porque se recree morbosamente (cualquier película es mucho más expresiva), sino que el estar provoca una ruptura entre la vida personal y cotidiana y la memoria obligatoria de la Humanidad.

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adolfo-suarez
En Francia y en los Estados Unidos es normal ver a sus presidentes dirigirse a la Nación en mensajes institucionales, además de las declaraciones públicas y las ruedas de prensa (claro que son también Jefes de Estado). En España se perdió la costumbre de este mensaje institucional, prácticamente acabada la “transición”.

El último discurso televisado con trascendencia fue aquel, repetido tantas veces, el en que Adolfo Suárez comunicada a los ciudadanos su dimisión como Presidente del Gobierno. Desde entonces de este formato solamente pervive la tradicional alocución navideña del Rey.

No sé si sería hora de retomar este medio y que el Presidente se dirigiese directamente a todos los españoles, durante unos minutos, para transmitir un mensaje determinado y que este mensaje llegase sin mediaciones, ediciones u opiniones.

Un mensaje emitido a la misma hora por todas las cadenas de televisión y de radio, como se hace con el mensaje navideño del Rey, sería un instrumento privilegiado para que el Gobierno dijese a los españoles qué está haciendo en esta crisis económica, cuáles son sus planes y qué sacrificios tendríamos que aceptar todos.

Ya sé que algunos dirán que para eso están las Cortes. Es probable que estén en lo cierto, pero el debate en el Congreso o en el Senado puede tener características más técnicas y menos políticas sobre las medidas que se piensan adoptar. Es imprescindible que la Presidencia hable directamente a los españoles y plantee cuáles son los objetivos del gobierno, la forma en la que los quiere alcanzar y, sobre todo, que el mensaje no se pierda en reproches oportunistas o demagógicos.

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Privatizaciones polacas

Una noticia sobre un fuerte proceso privatizador en Polonia me hace reflexionar sobre las privatizaciones. España ha vivido desde la consolidación de la democracia un fuerte proceso privatizador que ha hecho que el Estado se deshaga de casi todo su sector industrial y de servicios.

Las empresas, en el momento de ser privatizadas, ya no eran esos engendros de pérdidas que se heredó del Franquismo, sino que eran empresas rentables. Nunca he terminado de comprender las profundas razones que justificaron la despatrimonialización del Estado.

Un camino que otros países no siguieron (a pesar de que nos vendieron que la despatrimonialización era un imperativo de la UE) y prefirieron quedarse con las empresas públicas, haciéndolas competir libremente en el mercado. Estos Estados mantienen unos ingresos patrimoniales anuales que, a medio plazo, superan lo ingresado por la venta de sus activos.

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