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Posts Tagged ‘Televisión’


Hay spoilers.

Hace varias semanas y siguiendo las recomendaciones de mi TL de Twitter vi la serie «Away». En un principio estaba ilusionado y me parecía fascinante, pero rápidamente, desde que los protagonistas llegan a la base permanente en la Luna el encanto desaparece.

La trama básicamente consiste en que la comandante de la primera misión tripulada que pondrá el pie en Marte está todo el día colgada al teléfono hablando con su hijo y su marido de las mismas cosas que si estuviera en su casa. Que si has cenado bien, que si la niña tiene un noviete que no sé yo y otras cositas de más enjundia, pero que en su conjunto hacen de la serie el telefilm de una ama de casa preocupada que, por pura casualidad, va a ser uno de los primeros seres humanos en pisar el Planeta Rojo.

Away muestra la distopía de la comunicación permanente, de la presencia permanente incluso en caso de ausencia. Hubo una época en que si una persona se iba de viaje, era ingresada en el hospital, estaba trabajando o estudiaba fuera de su localidad su presencia se diluía. En los momentos trascendentales era especialmente patente. Ahora los dispositivos móviles entran en todos sitios y los extendemos todo lo que podemos, de forma que la comandante de una misión espacial a Marte dando la receta de las lentejas mientras se acerca al planeta vecino no es ningún absurdo.

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Cada día se publican cientos de artículos e informaciones que no tienen otra finalidad que crear ruido, entendiendo por ruido en este contexto una sensación negativa respecto del gobierno que no se basa en una serie de criterios construidos correctamente, sino de medias verdades, mentiras completas y eslóganes. Muchos periodistas y colaboradores toman de aquí y allí, especialmente de los argumentarios que reciben de otras entidades, sus opiniones y cada día el tono va subiendo porque todos necesitan descartar entre los gritos de miles de grillos.

No importa nada, lo importante es ser capaz de mantener el ruido constantemente para que los propios no se relajen, que se sientan constantemente amenazados incluso por las decisiones que los tuyos tomarían en el caso de estar en el poder. Y si no hay decisiones, se habla o inventan proyectos, o se establecen intenciones como verdades absolutas. Todo da igual con tal de mantener el nivel de ruido.

Ese nivel requiere de mucha financiación, porque son necesarios medios de toda naturaleza y numerosos escribanos para generar tantas páginas, impresas y/o digitales, tantos minutos «políticamente incorrectos» de radio o de televisión. Es necesario que el dinero fluya y para ello se defiende con todas las armas la piedra angular de la derecha mediática, que es la CAM de Aguirre, González, Cifuentes, Garrido y Ayuso.

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To Play the King

La primera serie de televisión en llevar el título de «House of Cards» fue una trilogía, o serie de tres temporada que decimos hoy, producida por la BBC. En la primera temporada vemos al diputados conservador Urquhart, encargado de mantener la disciplina en su grupo parlamentario, mover todos los hilos tras verse rechazado para convertirse en Primer Ministro.

La segunda temporada, ya como Primer Ministro, se extiende en las relaciones del Jefe del Gobierno con el Rey. Ambos mantienen perspectivas muy diferentes sobre todos los aspectos y terminan chocando. El Rey se decide por apoyar a la oposición para descanbar al Primer Ministro. Llegan las elecciones y Urquhart consigue una rotundísima victoria electoral.

Tras las elecciones va a Palacio y allí el Rey le da la enhorabuena. Urquhart le pide su renuncia al Rey. Éste no entiendo la causa. El Primer Ministro le explica que el Rey ha decidido meterse en política libremente, sin necesidad de hacerlo y traspasando su papel constitucional. Una vez dentro de la política debe someterse a las mismas reglas que los demás y él y a los apoyó han perdido las elecciones y cuando alguien que está en un cargo pierde las elecciones, debe dimitir.

Quien detenta una posición en el Estado por su nacimiento y no por elección democrática, no debe interferir en el proceso democrático.

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Después del estrepitoso fracaso de las encuestas en junio, hemos visto explicaicones de todo tipo. Yo llevo tiempo mascando una teoría, propia de la «Navaja de Ockham», según la cual las encuestas fallan porque están mal hechas.

El pasado 11 de julio publicábamos una entrada donde poníamos de manifiesto los errores de bulto, detectables aplicando una regla de tres, de la encuesta post-electoral de Metroscopia para El País. Tales eran los errores que cuando Kiko Llaneras, para el mismo medio, realizó un nuevo análisis indicó que tuvo que ajustarlos.

Ayer en La Sexta presentaron los datos de una encuesta qué debía hacer el PSOE según el voto de los encuestas en las últimas elecciones generales. Unos cuantos nos dimos cuenta en Twitter de que algo estaba mal y era que las columnas que representaban las opiniones de los votantes del PP y del PSOE sumaban más del 100%, concretamente la de los votantes populares 104,2% y la de los socialistas al 112.9%. No aporta mucha confianza.

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Según me ha indicado Pablo Simón (@kanciller) en Twitter a las dos de la madrugada rectificaron su error y apareció en pantalla la tabla corregida. En todo muy lejos y con menos audiencia de la hora en la que fue emitida, poco después de las doce de la noche.

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Da igual lo que Mariano Rajoy haga o no haga, siempre habrá un buen número de cadenas de televisión, emisoras de radio, periódicos y una legión de tertulianos que alaban su acción y su omisión y que, con la misma intensidad, critiquen a sus adversarios, especialmente a los socialistas.

Si la opinión pública y publicada es uno de los necesarios equilibrios para los gobernantes en una democracia occidental, entonces a España le falta ese equilibrio, porque el peso mediático está entregado a una sola fuerza. Es difícil encontrar críticas a Rajoy en los medios, es complicado que se cuestione cualquiera de sus muchas artimañas de manipulación, antes bien se le dan juego.

El control de los medios de comunicación es el gran triunfo de los populares. Juegan siempre con ventaja porque sus tácticas son seguidas y nunca son criticados con severidad, solamente para cumplir con el expediente. Es un control construido normalmente con dinero público, con un manejo maquiavélico de la publicidad institucional y de las potestades administrativas en materia de comunicación; unas técnicas que le permiten quitar y poner directores, amenazar con el cierre de medios o respaldar la apertura o el mantenimiento de otros.

Cuanto más control mediático haya, una democracia de menos calidad habrá.

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La idea de la «Marca España» nunca me ha gustado, porque me suena a invento para dar unos cuantos sueldos grandiosos, vender publicidad a los medios de derecha y realizar algunas actividades a conveniencia de algún aliado. Cuando un país es marca en algo es porque sus productos o servicios en determinado sector o sectores son reputados como de alta calidad.

La imagen que un país dé al mundo es esencial y nuestra imagen no son otra cosa que nuestra producciones audiovisuales. La mayor empresa audiovisual española es RTVE y da una imagen muy mala de nuestro país.

Hace varias semanas asistimos al intento de golpe de Estado en Turquía. En el canal de 24 horas del RTVE estaba la misma tertulia que la noche los atentados en Madrid y allí permanecieron incólumes diciendo cada uno lo que se le ocurría. No se pudo o no se quiso llamar a periodistas especializados, historiadores, politólogos, economistas, juristas o especialistas militares que RTVE debería tener para cada tema en particular que pudiera surgir.

Tenemos la suerte de pertenecer a una comunidad idiomática de cientos de millones de persona y lo mejor que tienen España que ofrecer en su televisión estatal es a Alfonso Rojo.

Una buena cobertura de las cuestiones internacionales da prestigio a la cadena y al país que la sostiene. Una percepción de la calidad de los contenidos facilita presentar nuestra visión de los asuntos y también construir la imagen que se tiene de nosotros en el mundo, especialmente en nuestro mundo culturalmente más cercano. El principal instrumento para hacer «Marca España» es RTVE y allí está, abandonado.

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Comisiones municipales

En el Ayuntamiento de Madrid han expulsado de una comisión municipal a un concejal de la oposición conservadora. Esta noticia ha salido en todos los medios de comunicación y hasta los informativos nacionales han ofrecido imágenes del incidente durante sus ediciones nocturnas.

La reducción de las redacciones regionales y la concentración de casi todos los recursos de los medios de comunicación en Madrid ha convertido a política local y regional madrileña en asuntos de interés nacional. Recuerdo muy pocas imágenes de los plenos municipales en los medios nacionales, pero no alcanzo a recordar imágenes de comisión municipal alguna.

Dentro de poco se retransmitirán los debates del Ayuntamiento, los presupuestos de la Comunidad y, cuando haya que rellenar, alguna Junta de Distrito. Y se preguntan en la capital del Reino sobre la necesidad de medios de comunicación regionales en provincias.

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Una de las series que más fuerte están dando dentro del mundillo de los aficionados a la Política es Borgen, una producción danesa que tiene como protagonista a Birgitte Nyborg Christensen. Muchos espectadores la han mitificado, como antes se hizo con el Presidente Bartlett.

No sé qué periódico publicaba estos días que en Dinamarca (nuevo megamodelo) los votantes quieren saber cuáles son las opciones de pacto de los partidos y, aunque concurran de forma separada, hay coaliciones de gobierno preparadas.

Pues bien, en esa serie de presentan esos pactos electorales como imposiciones de los grandes a los pequeños, que se ven metidos en un bloque más por necesidad que por convicción. De hecho se reclama el derecho de los partidos a decidir sus acuerdos una vez que los electores hayan decidido la representación de cada uno, negociando un programa a partir de apoyo electoral cierto.

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No quiero desvelar contenido de la serie «Borgen» que tantos seguidores ha tenido, a pesar de no haber sido emitida por ninguna cadena generalista, del que el personaje de una imaginaria política centrista danesa, Birgitte Nyborg Christensen, es el protagonista.

Pero creo que Albert Rivera tiene mucho de Birgitte Nyborg Christensen, porque está esperando que alguien en algún momento le diga que intente formar gobierno a pesar de no haber sido ni siquiera la tercera fuerza más votada y convertirse en el «hombre bueno» que es capaz de constituirse en la superación dialéctica de las rivalidades políticas.

Desde que pinchó el globo demoscópico de Ciudadanos, la única esperanza de la formación naranja es que todo se encalle de tal manera que el Hado le entregue La Moncloa sin tener que lucharla. El problema que tiene Rivera es para el pacto que ellos propugnan son irrelevantes porque los dos grandes partidos no necesitan a Ciudadanos casi para nada (salvo que quieran reformar la Constitución) y en otras fórmulas pueden que sobren. Y esto, fuera de la ficción, sirve para bien poco.

El centro siempre ha parecido que era un mensaje político atractivo precisamente por la vacuidad que representa, aunque los resultados electorales desmontan ese tópico. La vacuidad, elevada a grado eminentísimo por Rivera y sus candidatos que han llegado sin hacer nada, da la impresión de que no es suficiente para alcanzar un papel relevante en el futuro Gobierno de España.

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Días antes del día de las Elecciones Generales de 1982, el programa de la segunda cadena de TVE, «La Clave» celebró un formato inédito en la televisión española hasta entonces: un debate electoral. Estaban representados UCD (en el gobierno), PSOE, Alianza Popular (AP), PCE y diversas fuerzas nacionalistas. Todos los partidos con implantación nacional enviaron a sus candidatos a la Presidencia salvo uno, el PSOE, que estuvo representado por Alfonso Guerra.

Felipe González se protegió en un debate donde no tenía que batir a nadie. Suárez estaba retirado y Calvo Sotelo no se presentaba. El candidato de la UCD era el Presidente del Congreso (un gris político tardofranquista), el de AP era un ex ministro de Franco y luego estaba Santiago Carrillo al frente de los comunistas. La presencia de González, al que todos hacían Presidente, elevaba a los demás y se exponía a una serie de explicaciones y compromisos mucho antes de la investidura. Guerra ganó el debate y los socialistas arrasaron en las urnas.

No hubo más debates hasta que en 1993 asistimos al primer formato de «cara a cara» entre Felipe González y Jose María Aznar, gracias a que la Junta Electoral rectificó un criterio algo desmedido que pretendía hacer estar a todo el que hubiera sacado un escaño en el Congreso (hubo hasta debates temáticos). Con Aznar de Presidente, a partir de 1996, tampoco hubo debates porque el Presidente los temía.

En 2008 y 2001 volvieron los debates. Estos es, el formato tradicional del que habla Rajoy solamente se ha usado en tres elecciones.

¿Por qué Rajoy no ha ido? Porque iba a ser humillado. Rajoy es un político mediocre y en un formato ágil como el de El País estaba perdido. Efectivamente iban a ser tres (porque el espectro político ha cambiado nacional) contra él. Alguien iba a darle un golpe de gracia y él iba a caer a la lona. Era un suicidio ir.

Esperanza Aguirre, candidata y directora de la peor campaña electoral que se recuerda, intentó debatir y evitarse este problema proponiendo «cara a cara» entre todos los candidatos. Esto provocó una serie de debates intrascendentes, pero también que Manuel Carmena no fuera una candidata más y que tuviera tiempo suficiente para ganarle la Alcaldía de Madrid a Aguirre en su debate con la ex Presidenta de la Comunidad.

El modelo desesperado de Aguirre no sirve tampoco de solución y Rajoy solamente se ve salvado leyendo papeles en una debate únicamente con Pedro Sánchez. Pero, desde luego, en estas Elecciones el debate a dos tiene poco sentido y ni siquiera para Sánchez es conveniente porque necesita herir a Rivera y a Iglesias.

Rajoy envía a Antena 3 a la Vicepresidenta. Si lo hace bien la Vicepresidenta puede optar a quitarle el prefijo a su título. Rajoy tiene miedo, no tiene argumentos, necesita impedir debatir, desea sucesión de monólogos y sabe que va a perder todos los debates, salvo en el que pueda «poner el ventilador».

¿Puede permitírselo? Excepto por el peligro de una actuación soberbia de Sáinz de Santamaría, Rajoy no tiene nada que perder: ya ha perdido casi a la mitad de los votantes de 2011 y le queda el núcleo duro que le votaría a él o a una cabra que se presentase.

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