En la encuesta sobre la disyuntiva entre Monarquía y República que el pasado domingo publicaron dieciseis medios de comunicación y realizó la empresa 40dB, sobre cuyos resultados reflexionaremos otro día, llama la atención que los españoles partidarios del establecimiento de una República prefiere un sistema presidencialista (48,5%) a un sistema parlamentario (29,3%).
Posibilidades de configuración de una eventual República hay muchas y por ello entiendo que se prefirió dar a elegir entre los dos grandes modelos. Entre el mundo de los especialistas en política el sistema presidencialista no tiene buena fama, especialmente por el papel que ha jugado en la historia política de las naciones latinoamericanas. El relativo buen funcionamiento del presidencialismo en los Estados Unidos, donde fue creado, se debía ante todo a la debilidad de los partidos y a la agenda fundamental local de los legisladores, lo cual daba al Presidente estadounidense un amplísimo margen en la política nacional.
¿Pero por qué los españoles preferirían un presidente de la República? Ahora solamente caben las conjeturas. Hagamos algunas:
– El liderazgo de los presidentes norteamericanos y franceses (*) crea un imaginario político en el que es el presidente y no otros cargos, como el primer ministro francés, el hacedor principal de la política. Es normal esa identificación y su traslación desiderativa.
– El proceso de «presidencialización» de los sistemas parlamentarios en el que los principales protagonistas son los jefes del gobierno y se ocurecen a los jefes del Estado hasta el punto que la mayoría de la población no sabría el nombre del presidente alemán o italiano (Frank-Walter Steinmeier y Sergio Mattarella respectivamente) pero sí conoce perfectamente a sus jefes de gobierno.
– Cognitiva y axiológicamente es más fácil agradar la figura del Presidente del Gobierno que introducir un Presidente de la República básicamente simbólico.
– Pese a que la II República era parlamentaria y el poder real estaba en manos del presidente del Consejo de Minsitros, la historia dejó un símbolo señalado en la persona del segundo presidente. El gobierno en el exilio fue centrándose en la figura del presidente como casi único cargo.