En los debates en torno a la integración europea se han acuñado términos como la «Europa de los mercaderes» o la «Europa social», hoy asistimos al intento de hacer nacer la «Europa de los microestados». Una Europa cada vez integrada, a pesar del Brexit, donde las decisiones se hacen en común, donde hay voluntad de desarrollar una política exterior y de defensa integrada no es del gusto del gran actor geopolítico europeo que está donde nace el sol.
Las independencias de las regiones más ricas tiene enormes ventajas para Rusia. Aumenta el número de actores cada cual con una nueva agenda, con sus peculiaridades y nuevos asuntos que para algo uno es independiente. Se debilitan los Estados actuales. Las sociedades ricas solamente están dispuestas a invertir en su propia riqueza y cosa como el gasto en Defensa está mal visto y es poco pijo-guay, de modo que cada rublo ruso destinado a lo militar, tendrá menos euros para contrarrestarlos. En ese gallinero siempre habrá un Estado o varios dispuestos a ser el abanderado de Rusia porque son tan pequeños y poca cosa que necesitan apoyo externo para sobrevivir.
La hipotética independencia de Cataluña, Euskadi, Saboya, Silesia, Provenza, Bretaña, Córcega, Flandes. Valonia, Lombardía, el Véneto, Baviera, Renania, Escocia, Gales y Moravia (por citar algunos casos) es el sueño de la política exterior europea, que en vez delante a unos futuros Estados Unidos de Europa puede encontrarse con los Microestados de Europa, una cutre reedición en el siglo XXI del Sacro Imperio.