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Posts Tagged ‘Inglaterra’

Con ocasión de la muerte de la reina Fabiola, ex reina de los belgas, me he preguntado qué españoles o españolas han sido monarcas o consortes de monarcas en otras monarquías. Sin ánimo de ser exhaustivo he comenzado la andadura en los Reyes Católicos.

Los varones, son monarcas por título propio, mientras que todas las mujeres son consortes de monarcas varones. Solamente señalamos en el caso de los monarcas por título propio los principales territorios extranjeros que estuvieron bajo su corona y ni aquellos, como los muchas posesiones italianas, que formaban parte de la Corona y se heredaban normalmente.

Descendencia de Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón
Catalina (1485-1536), reina de Inglaterra
Juana I (1479-1555), duquesa de Borgoña y condesa de Flandes
María (1482-1517), reina de Portugal
Isabel (1470-1498), reina de Portugal

Descendencia de Felipe I y Juana I
Leonor (1498-1558), reina de Portugal
Carlos (1550-1558), emperador del Sacro Imperio
Isabel (1501-1526), reina de Dinamarca
Fernando (1503-1564), emperador del Sacro Imperio, rey de Hungría, rey de Bohemia
María (1505-1558), reina de Hungría y Bohemia
Catalina (1507-1578), reina de Portugal

Descendencia de Carlos I
María (1528-1603), emperatriz del Sacro Imperio

Descendencia de Felipe II
Catalina Micaela (1567-1597), duquesa de Saboya

Descendencia de Felipe III
Ana María Mauricia (1601-1666), reina de Francia
María Ana (1606-1646), emperatriz del Sacro Imperio

Descendencia de Felipe IV
María Teresa (1638-1683), reina de Francia
Margarita (1651-1673), emperatriz del Sacro Imperio

Descendencia de Felipe V
Mariana Victoria (1718-1781), reina de Portugal
Felipe (1720-1765), duque de Parma
María Antonieta Fernanda (1729-1785), reina de Cerdeña

Descendencia de Carlos III
María Luisa (1745-1792), emperatriz del Sacro Imperio
Fernando I (1751-1825), rey de las Dos Sicilias

Descendencia de Carlos IV
Carlota Joaquina (1775-1830), reina de Portugal
María Luisa Josefina (1782-1824), reina de Etruria y duquesa de Parma
María Isabel (1789-1848), reina de las Dos Sicilias

No pertenecientes a la dinastía reinante
Eugenia de Montijo (1826-1920), emperatriz de los franceses
Fabiola de Mora y Aragón (1928-2014), reina de los belgas

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Tras el resultado del referendum escocés parece que a los políticos de Londres no se les ha ocurrido otra cosa que darle más poderes al gobierno y al parlamento regional con la finalidad de saciar a los independentistas, como si a un independentista le saciara algo que no fuera la independencia.

Pero el hecho de entregar nuevos poderes a Escocia agudiza una de las paradojas del sistema político parlamentario: la cuestión de West Lothian. El Parlamento del Reino Unido está compuesto por diputados elegidos por los habitantes de las cuatro naciones, pero tres de ellas tienen gobiernos autónomos regionales y poderes sobre los que las instituciones del Reino Unido no pueden decidir.

La cuarta nación, la inglesa, no tiene instituciones regionales, de forma que todos sus asuntos y un buen puñado de leyes que solamente les afecta a ellos se deciden en el Parlamento del Reino Unido y son decididas, valga la redundancia, por diputados ingleses, pero también por los galeses, norirlandeses y escoceses, mientras que los ingleses no pueden inmiscuirse en cuestiones transferidas a las instituciones regionales.

Una injusticia patente a la que todavía no le han dado solución. Ahora el Primer Ministro Cameron ha propuesto que, dentro del Parlamento del Reino Unido, solamente los diputados ingleses voten las leyes que solamente van a afectar a Inglaterra, como alternativa a constituir instituciones regionales ingleses, no queridas por los ciudadanos y que salta el hecho histórico de que el Parlamento y el Gobierno del Reino Unido son de Inglaterra con jurisdicción extendida a las otras naciones. Otros han propuesto reforzar la autonomía municipal o volver a la idea rechazada de las regiones administrativas para dotar de un poder autónomo del de Reino Unido a los territorios y habitantes del Reino de Inglaterra.

Esta peculiaridad británica no lo es tanto y de hecho se da en España, aunque casi nunca se ha hablado de ella.

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Con ocasión de la visita papal al Reino Unido, ‘Telegraph’ ha publicado un especial titulado Catholicism in the UK in numbers, en el que compara los datos de las diócesis del Reino Unido de 1982 (visita de Juan Pablo II) y los de 2010 (visita de Benedicto XVI).

Me ha llamado mucho la atención que, hablando del Reino Unido, no se habilitan datos de ninguna de las diócesis católicas de Irlanda del Norte. Dando vueltas por Internet recordé que Irlanda, tras la independencia de la República de Irlanda y la subsiguiente partición, la Iglesia Católica y la Iglesia Anglicana irlandesa (Iglesia de Irlanda) mantuvieron una estructura unificada en toda isla y diferenciada de la del Reino Unido.

Profundizando en la cuestión, y llegando esta entrada a un grado de frikismo digno de PIFIA, tampoco en el resto del Reino Unido la Iglesia Católica tiene una estructura unificada, ya que hay una conferencia episcopal para Inglaterra y Gales y otra para Escocia.

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El gobierno del conservador David Cameron está preparando el mayor recorte de los últimos cincuenta años en el Reino Unido. Dice la información de prensa que la dimensión de la Royal Air Force será proporcionalmente, dentro del ejército británico, la que tenía antes de la Primera Guerra Mundial.

Siempre ha pensado que hay determinadas reformas impopulares que solamente pueden hacer gobiernos de determinada orientación política. En España la reconversión industrial de los años ochenta fue realizada por el gobierno socialista de primera generación de Felipe González; pese a que tuvo que aguantar una fuerte presión social en las zonas afectadas, su posición le sirvió para llevar a cabo algo que a un gobierno de derecha le hubiera costado muy caro.

Por el contrario, si en el Reino Unido un gobierno de izquierda hubiera recortado tan sustancialmente el presupuesto de Defensa, le hubieran reprochado una actitud ‘blandengue’ y ‘poco firme’ para defender la seguridad nacional. Como lo ha hecho un gobierno conservador (el primer ministro y el ministro de defensa lo son), a los que se le supone una actitud positiva hacia las fuerzas armadas, entonces no habrá más que críticas puntuales porque nadie piensa que puedan poner en peligro la capacidad militar del Reino Unido.

[Al redactor de La Vanguardia: Inglaterra es una ‘nation’ del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte, esto es, no es un estado y ni siquiera tiene gobierno regional, como sí lo tienen Escocia, Gales e Irlanda del Norte]

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La Libertad guiando al pueblo de Delacroix
Comentada Lüzbel su plan de posteo veraniego y terminaba diciendo que “las revoluciones tocan con el frío”. Yo siempre atento al hecho anecdótico me he preguntado si realmente hay una época del año más proclive para las revoluciones.

Como siempre el problema que tiene cualquier “comprobación empírica”, por muy chorra que sea como lo es ésta, es que tienes que definir la muestra, lo cual pasaba ineludiblemente por establecer qué es una revolución y cuál no lo es.

Comprenderéis que tampoco me haya partido mucho la cabeza estableciendo criterios. Básicamente he elegido procesos de cambio político acelerados, aunque requiriesen un proceso posterior de desarrollo, y que concentrasen en unos días la caída del régimen anterior y que resultasen triunfantes (todo esto considerado con mucha generosidad).

Revolución inglesa de noviembre de 1688
Revolución estadounidense de julio de 1776
Revolución francesa de julio de 1789
Revolución francesa de julio de 1830
Revolución francesa de febrero de 1848
Revolución española de septiembre de 1868
Revolución mexicana de noviembre de 1910
Revolución rusa de febrero de 1917
Revolución rusa de noviembre de 1917
Revolución portuguesa de abril de 1974
Revolución checoslovaca de noviembre de 1989

La estación reina es el otoño con cinco revoluciones, el verano con tres, el invierno cuenta con dos revoluciones y la primavera solamente con una, que si no hubiera sido en esta fecha no podría haberse denominado la “Revolución de los Claveles”. Es curioso que las tres revoluciones veraniegas hayan sido en Francia y en Estados Unidos, lo cual se justifica, obviamente, por la inexistencia en su momento de parques temáticos de Disney.

Hay una mayor propensión, como dice Lüzbel, de hacer revoluciones en momentos menos calurosos, pero lo que queda absolutamente claro es que la primavera, salvo que se sea portugués, está para hacer el amor y no la guerra.

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Dice el Arzobispo de Canterbury que habrá que incluir aspectos de la ley islámica (“Sharía”) dentro de la legislación británica para que asuntos de naturaleza civil se resuelvan según estas normas religiosas.

No sé si ser obispo es contagioso, pero no pienso ir a ningún sitio donde haya uno por medio a que me contagie un virus episcopal y me dedique a decir tonterías como las que dicen los obispos españoles y ahora el Primado de la Iglesia Anglicana.

Las bases de la democracia se asientan en que todos los ciudadanos son iguales y que debe hacer una neta separación entre lo religioso y lo político, cosa que formalmente en el Reino Unido, una de las cunas de la democracia moderna, no existe.

La separación entre lo religioso y lo político implica que la única ley válida y obligatoria para toda la sociedad es la ley del Estado. Ésta es la mayor garantía que podemos tener para la igualdad. Establecer leyes especiales según la pertenencia religiosa o étnica quiebra el monopolio del Estado en estos aspectos.

Volveríamos a la fragmentación jurídica del Feudalismo y del Antiguo Régimen, en el que cada grupo tenía sus propias leyes para personas, contratos y acciones, e incluso poseían tribunales para sus miembros. Cada grupo era un pequeño estado dentro de un Estado que era débil. Aceptar la propuesta del Arzobispo de Canterbury es regresar posiciones predemocráticas: no habría una ley para todos, el individuo vería marcada la ley aplicable por su nacimiento, el Parlamento inglés perdería su soberanía y la persona quedaría disuelta en el grupo.

La integración de la población inmigrante, en mi opinión, debe ir encaminada en que tengan y disfruten los mismos derechos y obligaciones que los ciudadanos, la misma relación jurídica con el país al que han optado ir y que ellos sean considerados como individuos y no como un grupo al que hay que tratar con leyes especiales, pese a que esta propuesta pueda tener la mejor de las intenciones.

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Hace dos días la prensa anunciaba la subasta de una de las copias más antiguas de la “Charta Magna” inglesa. El valor de esta copia reside en que es coetánea a la original. Rápidamente los periodistas empiezan a escribir de oídas y sin saber realmente lo que dice. La información periodística dice que el documento reconoció los derechos del hombre e inspiró a la Constitución de los Estados Unidos, especialmente sus diez primeras enmiendas.

La “Charta Magna” no es otra cosa que un documento en el que el Rey de Inglaterra se comprometía a reconocer y respetar una serie de derechos y privilegios de la nobleza inglesa. En definitiva, de derechos del hombre nada. Los únicos derechos que se reconocen y a los que compromete garantía eran a los de la nobleza. Es un perfecto ejemplo de la Edad Media, un documento paradigmático del Feudalismo.

La inspiración de la Constitución de los Estados Unidos no proviene directamente de la “Charta”, sino de la teoría de John Locke sobre la inmunidad de los derechos personales. Lo que probablemente haya confundido al periodista sea que en la lucha por la igualdad en Inglaterra se basó en el intento de extender los derechos recogidos en la “Charta” a todos los ciudadanos y no solamente a los miembros de la nobleza.

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La princesa del pueblo

La difunta Princesa de Gales, conocida como Lady Di, ha recibido de la prensa británica el apelativo de “la princesa del pueblo”. Siempre me ha revuelto un poco este sobrenombre y hoy voy a decir el porqué.

En primer lugar porque una princesa nunca es del pueblo, ya que la propia naturaleza de la realeza posiciona en un plano superior a una familia, una superioridad precisamente sobre el pueblo. O se es princesa, o se es del pueblo, pero ambas cosas se excluyen. Y en el caso de Diana Spencer no es admisible decir siquiera que procedía del pueblo, porque era hijo de un noble titulado y hermana de otro noble titulado.

En segundo lugar, una cosa es decir que es señora era “popular” gracias al favor que los medios de comunicación le dispensaban y otra es dar a entender que el pueblo le interesaba algo. Diana Spencer, como Princesa de Gales, se dedicó a los clásicos actos de caridad que las señoras de la realeza, de la nobleza o de la burguesía protagonizan para tener protagonismo y llenar sus vacías horas.

Esta señora fue una princesa de lo más corriente, más bien anticuada. Eso sí, con una cobertura mediática que hacía extraordinario cualquier hecho, aunque fuese una recepción de gala o una visita oficial a un país extranjero. No fue “la princesa del pueblo”, sino que se creó, con la legión de lectores de revistas del corazón, “un pueblo para la princesa”.

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