Yo soy de los que están encantados de la existencia del término «postverdad». Nada como un nombre, un etiqueta para que un fenómeno deje de ocultar en las acciones sociales y adquiere visibilidad. Solamente así se puede ser consciente de lo que ya existía antes de ponerle el nombre en cuestión
La «postverdad» en la comprensión que yo hago no es otra cosa que la fragmentación de la verdad, esto es, será verdadero aquello que yo decido que es verdadero. Funcionamos en la vida cotidiana con un concepto universalista de verdad, de modo que si algo es verdadero lo es para todos.
En tiempos hubo muchos menos medios de comunicación y la mayoría de estos intentaban, a pesar de su línea editorial, a ofrecer una información objetiva. Podía gustar más o menos dar algunas noticias, pero no se tapaban ni se tergiversaban. Había puntos de encuentro.
La proliferación de todos los tipos de medios de comunicación y la pérdida de pretensión objetiva o veritativa por parte de estos, ha posibilitado que cada cual pueda eligir el mundo del que quiera ser informado. Y hay una gran diferencia. no es elegir la perspectiva de la información, sino una información que confirme cada uno de mis prejuicios y que nunca los ponga en cuestión.
La fragmentación de los medios ha proporcionado las condiciones para que nuestras concepciones del mundo no tengan que confrontarse con otras concepciones del mundo. Informativamente el mundo se ha roto casi en tantos individuos que puedan diseñarse sus fuentes o que se entregue a una fuente con la que se sienta complacido. ¿Qué alguien dice algo que es manifiestamente falso? Pues se dice que es verdad o se obvia. Son las tácticas clásicas de la propaganda, como aceptada voluntariamente.
La fragmentación no es pluralismo. El hecho de que haya mil medios cada uno de una tendencia más disparatada no implica la existencia de pluralismo, si dentro de cada medio no hay pluralismo independientemente de su líena editorial.
¿Por qué hemos llegado a esta situación? En primer lugar porque hemos cedido a la tentación de no examinar nuestros prejuicios y creencias; en segundo lugar porque la fragmentación social y sobre todo mediática nos permite vivir sin que nuestros prejuicios y creencias puedan ser contrastados; en tercer lugar porque principios tan fundamentales del conocimiento como la prohibición de la contradicción son desconocidos y en cuarto lugar porque hemos confundido lo público con lo deportivo, de forma que lo importante es que ganen los míos.