En unas de las páginas más bellas que escribió Dietrich Bonhoeffer, mártir protestante de la lucha contra el Nazismo, decía que se vivía en un mundo en el que, incluso las cosas más importantes y que habían costado un sacrificio sublime, se empleaban como si fueran baratijas, como pañuelos de papel (diríamos hoy).
Puede que Benedicto XVI haya querido recordar las palabras de su compatriota (o no), cuando ha dictado normas más estrictas para el procedimiento inicial para “llevar a una persona a los altares”. El Papa quiere que ser santo no sea fácil, como daba la impresión de serlo con Juan Pablo II. ADN titula, con ingenio, que “El Vaticano sube la nota de corte para ser santo”.
Siendo una cuestión particular de una confesión religiosa, pienso que sirve de buen pie para reflexionar sobre, hace cincuenta años, escribió Bonhoeffer y ver el sentido que tiene en la sociedad actual.
La Democracia se está convirtiendo en un “usar y tirar más”. Usar las mejores técnicas electorales es algo legítimo, y yo lo defiendo, pero ir quemando etapas, días antes de las elecciones, sin ofrecer tiempos de debate más o menos serio, por apasionado que pueda ser, tengo la impresión que ensucia la memoria de tantas personas que sacrificaron buenas partes de su vida o sus mismas vidas para que pudiéramos tomar parte en el proceso de toma de decisiones.
La Democracia se desperdicia cuando se habla de libertad de expresión para solamente referirse a los cuernos de tal famoso, al lugar de vacaciones de un concursante televisivo o al coche de otro tipo que vive de eludir y conceder exclusivas. No es que quiera censurar nada y hasta puedo llegar a decir que, dándome un poco de asquito, prefiero que sigan para saber que hay libertad al menos teórica. Lo que sí me destroza es pensar que las miles de personas que están siendo reprimidas y torturadas por el régimen de Myanmar (por tomar un ejemplo reciente), lo hacen para que la libertad sea posible, y si tienen éxito la libertad que ellos han conquistado se emplee en llenar horas de televisión con historietas de tal calaña. Es un precio desproporcionado.
¿Tanto sacrificio para esto? ¿La memoria y los sacrificios de los que lucharon y lucha por la libertad no merece que les honremos haciendo que nuestras acciones libres sean bellas, buenas y verdaderas? Es lo deseable, pero mucho me temo que podría seguir escribiendo esta entrada cada día de mi vida.
La palabra ‘libertad’ es un ‘término-recurso’ que sirve de comodín en el actual panorama político. Estas palabras que significan tanto pero que dicen poco en boca de políticos; libertad, democracia, paz…son utilizadas vehementemente y casi a diario para horror de nuestros oidos. Y mucho me temo, que esta entrada, aparte de tí, la podrían estar escribiendo los hijos de tus hijos…
Si me lo permites, dale un vistazo a este documental: ZEITGEIST, en you tube o emule, fácil de encontrar.
Un saludo y enhorabuena por el escrito, que pese a esta opinión expuesta, me ha dejado un buen dabor de boca. Saludos.
Estoy de acuerdo contigo en todo. Libertad sí es un «término-recurso» y de eso y de muchas más cosas es de lo que me quejo, pero aún de otros usos más asquerositos de algo que ha sido y es tan costoso. Intentaté darle un vistazo a lo que me recomiendas. Gracias por tu participación.
Creo que precisamente porque es un concepto que ha sido dificil de obtener en el plano práctico está firmemente arraigado en el subconsciente de la población como algo que también es súmamente importante proteger. Al haberse acostumbrado a ejercerla en la vida diaria, el valor que tenía se ha desvanecido. La libertad de uno termina donde comienzan los derechos del otro, me decían a mí en casa.
Ahora, la libertad se entiende, creo yo, como libertinaje. El individuo hace lo que quiere en cada momento y el intentar conducir su conducta hacia el sendero de las reglas establecidas es entendido como una actitud de represión de la libertad, como un «fascismo». Creo que cuando en la vida política se hace uso de todos estos vocablos de que hablais en este post, lo que hacen es emplearlos como palabras-fuerza, palancas para el subconsciente de todas aquellas personas sin la suficiente capacidad para leer entre líneas del mensaje principal y darse cuenta de que están siendo manipulados. La libertad debería darnos la capacidad suficiente para emanciparnos intelectualmente de todo aquello que no es objetivo y racional (lo siento por la parte que te toca, Geógrafo), de todas esas personas que intentan sugestionar nuestro subconsciente mediante esas técnicas de oratoria. En definitiva, habría que desterrar a los publicistas de nuestro mundo. Viviríamos más felices.