Era el 29 de septiembre de 2016. Susana Díaz se dirigía al Comité Director del PSOE de Andalucía para anunciar el ataque final a Pedro Sánchez, que se materializaría dos días después. En un discurso televisado habló de dar un gobierno a España (investir a Rajoy) y de coser el partido (ponerse ella como secretaria general). En medio de una ovación general firmó el final de su carrera política.
Susana Díaz es el arquetipo de lo que es un mal proceso de selección de líderes políticos. Maniobrando internamente, quitando secretarios locales, dando alguna prebenda y malmetiendo a unos contra otros consiguió hacerse con la Secretaría General del PSOE-A y con la Presidencia de la Junta de Andalucía.
A ella se le da bien ganar congresos, algo propio de Juventudes Socialistas, pero se le da mal ganar elecciones abiertas y competitivas. Ha cosechado los dos peores resultados del PSOE-A en unas elecciones autonómicas, ha perdido el gobierno andaluz, unas primarias federales y otras en Andalucía. Ese 29 de septiembre dijo que “si no te votan es porque no confían en ti”, pero nunca se lo llegado a aplicar a sí misma.
Susana Díaz es especialista en conseguir apoyos, pero no votos. Su estrategia, que empleó en esas fallidas primarias que le llevaron a la candidatura en vista de la previsible dimisión de Griñán, e intentó repetir en 2017 fue conseguir un número tremendo de avales (con nombre y apellidos) para que votar no fuera necesario o se convirtiera en anecdótico. Porque las elecciones se le dan mal.
Díaz ha hecho todo lo posible para que no hubiera primarias, para intentar que la convocatoria de las elecciones autonómicas le cogiera al partido sin tiempo a seleccionar a alguien que no fuera ella. Pero varias provincias pidieron el adelantamiento de las primarias y entre las que no lo hicieron también hubo una minoría seria que se decantó por las primarias. Sabía que si había primarias perdería, como así ha sucedido.
Los apoyos no le han servido para ganar votos. Ni tener detrás a Felipe González, ni al hermano de Juan Guerra. La inmensa mayoría del PSOE andaluz sabe que con ella el partido está más cerca de ser un PSM más que de recuperar el terreno perdido.
Juan Espadas se presentó independiente de los dos grandes sectores. El Sanchismo, que tenía en el diputado jiennense Felipe Sicilia un candidato a secretario general, vio que no prosperaba y que Susana no se echaba para atrás. Espadas podía sumar un porcentaje de votos importantes de los que votaron a Díaz en 2017, sin perder los votos de los que pusieron la papeleta de Sánchez.
La victoria de Espadas no ha sido estrecha. Es una victoria que no plantea dudas de cuál es la voluntad del partido en Andalucía. Si Susana persiste en quedarse, y sus cada vez más pocos fieles también, deberán ser conscientes de que son una minoría que se aferra a los cargos contra la voluntad de la mayoría (porque si la elección hubiera sido a la Secretaría General el resultado hubiera sido el mismo).
Tres días después de las primarias parece que no queda otra solución que extirpar a Susana Díaz y a los suyos del PSOE-A, porque son como los tumores malignos, que nunca se van solos.
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